Después de tanto esfuerzo, no merece la pena. El titular de esta entrada parecería el de la crónica del próximo lunes sobre los resultados de alguna formación política de las que concurren mañana a las elecciones. Me siento como esas madres —iba a escribir padres; pero buena gana— que se desloman en la cocina para que todo esté dispuesto en la cena a la que acuden los agasajados después de horas de cañas y sin ganas de llevarse nada a la boca. Si acaso, con ganas de llevar todo de la boca a la nada de cualquier desagüe. Es verdad, y siento decirlo. No merece la pena tanto esfuerzo en llamar a gente muy ocupada, en reservar habitaciones de hotel y cuadrar gastos que repercutirán en las arcas públicas —en este caso, en las de la Junta de Extremadura, su Secretaría General de Cultura y la Fundación Extremeña de la Cultura—, si el resultado de un curso de verano sobre el teatro de Cervantes y su pervivencia en la actualidad solo va a ser disfrutado —porque se trata de disfrutar— por seis personas. Bien digo, seis estudiantes universitarios matriculados en una actividad que se celebra en un lugar suficientemente amplio —aforo de ochenta sillas— para que pueda asistir cualquier alumno no matriculado o cualquier ciudadano con interés por la cultura, el teatro, la literatura... No sé si será que la extensión universitaria no funciona y que la gente para la que trabajamos cree que la Universidad es un «nido de Numancia» (jornada I, verso 116) inexpugnable. No hay razón en un curso que desde su origen —en junio de 2008— está vinculado al Festival de Teatro Clásico de Cáceres y a sus actividades, como bien se avisaba ayer en el diario Hoy, donde, al lado, en página impar, María José Agudo escribía una noticia impecablemente escrita. Dicen que son malas fechas, que los estudiantes están de exámenes y terminando y preparando las defensas de sus trabajos fin de grado y fin de máster, y eso puede ser excusa para no seguir un curso completo que dura tres jornadas de mañana y de tarde; pero no para no encontrar un descanso y escuchar una conferencia de expertos en el teatro cervantino como Antonio Rey Hazas o Luis Gómez Canseco. O para regocijarse con la audición demostrativa de un trabajo tan complejo y tan sublime como El Quijote del Siglo XXI, una producción de Radio Nacional de España que —estoy seguro— habría entusiasmado a cualquier público. O para emocionarse con la lectura dramatizada con la que Ainhoa Amestoy cerró su conferencia. Porque este curso, además, combina divulgación y erudición, especialidad y transversalidad, palabra escrita y palabra representada. Muy pocos alumnos, algún entusiasta incondicional, los participantes invitados; pero ningún profesor de literatura de esta ciudad y nadie que se atreva a reclamar como suya cualquier actividad organizada por la única universidad pública que tenemos en esta reserva abierta al mundo. El director debe asumir su fracaso, no haber logrado despertar el interés de un curso tan estimable. Por eso escribo. Y lo siento.
sábado, 25 de junio de 2016
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