jueves, 28 de noviembre de 2019

Una clase


Echo de menos dar clases. Echo de menos dar clases, y por eso he disfrutado tanto esta mañana cubriendo una hora de una compañera que ha acudido a un congreso. Por primera vez en treinta y tres años, no tengo clases en el primer cuatrimestre. Si le sumamos el parón por los exámenes, esto quiere decir que hasta el 30 de enero no tendré carga docente. Alguno dirá que es un chollo. Yo no creo lo mismo, pues las echo en falta. Algún colega se compadecerá, porque ellos llevan ya muchos años con esa experiencia de un semestre sin docencia para estancias fuera o para lo que sea. Lo de esta mañana ha sido en un grupo muy peculiar de mi Facultad: primer curso del grado de Historia en la asignatura de Textos Fundamentales de la Literatura Española. Muy atentos, con interés, con preguntas, muy mayoritariamente hombres —curioso— y con la nota distintiva de que en primera fila había personas de mi edad, con cuarenta años más que sus compañeros de curso. Me han aplaudido al final y estoy convencido de que ha sido porque han notado que estaba disfrutando, y no por lo que he dicho ni por cómo lo he dicho. Como dijo Gustavo Adolfo Bécquer al dirigirse a la mujer de sus cartas literarias, «Yo nada sé, nada he estudiado; he leído un poco, he sentido bastante y he pensado mucho, aunque no acertaré a decir si bien o mal. Como sólo de lo que he sentido y he pensado he de hablarte, te bastará sentir y pensar para comprenderme». Y es que ha sido Bécquer y esa espléndida poética epistolar, que publicó en El Contemporáneo entre diciembre de 1860 y abril de 1861, el asunto principal de una clase que ha terminado con un alumno preguntándome si podría leer esa obra que los amigos del sevillano promovieron a su muerte en diciembre de 1870. Él quería saber de la edición madrileña de Fortanet en dos volúmenes (Obras) que se publicó en 1871 y en la que aparecieron por primera vez reunidas las Rimas. Ha sido tan fácil como hacer una búsqueda, en la misma aula, y mostrar en pantalla, gracias a Google Books las páginas facsimiladas de lo que hacía un rato pudiera haberle parecido tan lejano e inaccesible. Un trabajo gustoso. Como hace unas semanas, en otra sesión esporádica sobre Don Álvaro o la fuerza del sino, y en otra más, con ese mismo grupo de Historia, sobre la Biblioteca de Barcarrota. Un trabajo gustoso y un aplauso para estudiantes así.

lunes, 11 de noviembre de 2019

Lluvia fina


Coincidí hace días con una antigua y muy querida compañera de carrera de camino a la presentación del último libro de Basilio Sánchez que me había preguntado que cuándo iba a escribir sobre Lluvia fina, la novela de Landero. Ella es una de esas licenciadas en Filología Hispánica que siguen haciendo todos los días todo lo posible para que los demás lean. Lo mismo que hago yo, aunque ella no sea funcionaria de carrera —qué sintagma tan curioso—; pero ella fomenta todo lo que haga falta en el club de lectura que promueve. Ya no me acuerdo si volvió a hablarme de su «landerismo» y de que ahora estaban con esa novela, que iba a ser el texto principal en el Encuentro de Clubes de Lectura de Extremadura que se celebrará en Plasencia el sábado 23 de noviembre, con la presencia del autor. No me acuerdo porque yo iría pensando en cómo quería decir lo escrito sobre He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (Visor, 2019), el libro de Basilio. Qué bueno ese libro de Basilio. Como este de Luis Landero, que ha vuelto a ser un pretexto para no hablar de literatura cuando en los medios, vistosos y numerosos, se ha tratado de él. Incluso el propio autor en una presentación se quejaba de que él no es psicólogo, sino que es un contador de historias, y de que, a lo sumo, de lo que puede hablar es de literatura. Pero han sido tantas las ocasiones en las que en entrevistas y conversaciones se le ha inquirido por personajes como si fuesen personas reales y por sucesos y asuntos como si fuesen ciertos o le hubiesen ocurrido a él, que es algo desesperante; y no me extraña que en alguna ocasión haya reaccionado así. Ahora que esta fascinante novela de Luis Landero ya parece que no es ninguna novedad, aunque espero que los lectores no hayan perdido el interés por ella, rescato algunas de mis notas y me pongo a escribir. Poco me importa llegar a un destiempo que solo puede entenderse en aquellos que viven con ansiedad la rabiosa actualidad, el rampante estar al día —expresión que ya resulta antigua cuando hay que estar al minuto. Si a mis estudiantes les amonesto por no ir al grano de una lectura analítica cuando me cuentan el argumento de la obra de la que tienen que tratar, cualquiera podrá imaginar lo nervioso que me pone leer una reseña en la que se describe a Gabriel, el filósofo que convoca la reunión de la familia, a Andrea, a Sonia…Y no encontrar, salvo excepciones, que alguien me ilumine sobre las técnicas narrativas, los recursos y las estrategias que un escritor como Luis Landero utiliza para urdir obras tan monumentales como las que nos viene regalando desde que publicó Juegos de la edad tardía. Por ejemplo, esa manera de trenzar narración y diálogo en torno a un interlocutor que luego narra al dialogar con otros personajes en una suerte de discurso libre indirecto, que es un término futbolístico —campo tan querido para el escritor— aquí más idóneo que el consabido estilo indirecto libre de la gran novela de siempre. Hay un momento al principio de Lluvia fina en el que, cuando por primera vez se habla del personaje de Aurora, la que escucha, a la que todos quieren, a la que todos cuentan, a la que todos agradecen siempre su comprensión, el narrador utiliza la palabra «narrador» cuando se pregunta: «¿Qué habrá en Aurora que despierta enseguida la confianza de la gente y las ganas de sincerarse con ella y de contarle fragmentos antológicos de su vida, secretos que acaso el narrador no ha revelado nunca a nadie?» (pág. 13). Creo que es la primera clave del carácter de una poética de la narración que es esta novela de Luis Landero. Por eso, páginas después, la caracterización de Aurora, que cataliza todo en este relato eminente, la escuchante, es la que tiene una historia que contar, que «con gusto se la contaría a alguien, pero no tiene a quién» (pág. 19). Más de doscientas páginas después, envuelta en la telaraña del relato de la familia, se verá como un personaje más de la trama, en un pasaje que Landero escribe dibujando la tela de araña de su relato con palabras, que es lo que sabe hacer. Espléndido (pág. 231). Es Sonia la que dice casi al final de la novela que quizá «hay historias que no deben contarse, asuntos del pasado que es mejor que sigan perteneciendo para siempre al pasado» (pág. 259); pero puede entenderse como la expresión —lo digo otra vez— de una poética novelesca que afirma que hay que contar así, como lo hace Landero en esta Lluvia fina. Contar así para que historias como esta sigan perteneciendo a la historia de la literatura y a los lectores. Me gustaría preguntar a mi antigua y querida compañera de promoción, si han hablado del final de la novela en su club. Porque me ha pasado ya que he hablado con lectores de Lluvia fina que no se han dado cuenta de un final, tan despiadado, como escribió Santos Sanz Villanueva en su reseña de El Cultural. Yo suscribo lo de «despiadado», y lo de que el libro es «amargo, durísimo, desolador, implacable»; pero también afirmo que es monumental, abierto, literariamente reparador, excelente, y una nueva resolución magistral de otra obra maestra del escritor de Alburquerque, que mañana estará en Almendralejo, en el Otoño Literario 2019, en un encuentro con la escritora Pilar Galán.


domingo, 10 de noviembre de 2019

Jesús Pérez Magallón en Letras


Hoy llega a Cáceres un ilustre colega y amigo, Catedrático de Estudios Hispánicos en McGill University, de Montreal (Canadá), en la que dirigió entre 2003 y 2013 la Revista Canadiense de Estudios Hispánicos. Mañana, en la Facultad de Filosofía y Letras, impartirá una conferencia sobre Cervantes en el tricentenario del Quijote. Hace ya muchos años que nos conocemos, y gracias, creo, que a otro común amigo y maestro, Russell P. Sebold (1928-2014). Quizá fue a principios de los noventa, cuando él publicó su libro sobre las ideas literarias de Mayans, y me regaló con lo que hoy pueden ser raros vestigios de sus veleidades poéticas. Con el correr de los años, su enorme producción crítica e investigadora ha ocultado —aparentemente— esas otras zonas de interés. Va a ser un placer pasar con él unas horas por aquí, nuevamente. Y como no me canso de repetir que en nuestro campus universitario hay actos culturales todos los días y a casi todas horas, gratuitos y abiertos, repito ahora que mañana todo el mundo está invitado.