martes, 8 de junio de 2010

"Ninfa y pastor, por Ticiano", de Luis Cernuda

"Mano de viejo mancha / El cuerpo juvenil si intenta acariciarlo" escribe Luis Cernuda en su poema "Despedida", de Desolación de la Quimera. Su sentimiento de senectud —y el conflicto entre realidad y deseo— lo relaciono con el del espléndido texto "Ninfa y pastor, por Ticiano" del mismo libro, en el que el poeta describe uno de los últimos cuadros pintados por Ticiano, quizá con algo más de noventa años ("Cerca de los cien años prodigiosos"). El cuadro está en el Museo de Historia del Arte de Viena y es probable que Cernuda lo viese en una exposición en Nueva York.
Hay un análisis de este poema en el libro coordinado por él y por los profesores Juan Matas y José Manuel Trabado, Nostalgia de una patria imposible. Estudios sobre la obra de Luis Cernuda, Madrid, Akal, 2005; y también hay un artículo de Salvador J. Fajardo sobre este mismo poema en la revista Anales de Literatura Española Contemporánea, en el volumen 22 de 1997.

NINFA Y PASTOR, POR TICIANO

Lo que mueve al santo,
La renuncia del santo
(Niega tus deseos
Y hallarás entonces
Lo que tu corazón desea),
Son sobrehumanos. Ahí te inclinas y pasas,
Porque algunos nacieron para santos
Y otros para ser hombres.

Acaso cerca de dejar la vida,
De nada arrepentido y siempre enamorado,
Y con pasión que no desmienta a la primera,
Quisieras, como aquel pintor viejo,
Una vez más representar la forma humana,
Hablando silencioso con ciencia ya admirable.

El cuadro aquel aún miras,
Ya no en su realidad, en la memoria;
La ninfa desnuda y reclinada
Y a su lado el pastor, absorto todo
De carnal hermosura.
El fondo neutro, insinuado
Por el pincel apenas.

La luz entera mana
Del cuerpo de la ninfa, que es el centro
Del lienzo, su razón y su gozo;
La huella creadora fresca en él todavía,
La huella de los dedos enamorados
Que, bajo su caricia, lo animaran
Con candor animal y con gracia terrestre.

Desnuda y reclinada contemplamos
Esa curva adorable, base de la espalda,
Donde el pintor se demoró, usando con ternura
Diestra, no el pincel, mas los dedos,
Con ahínco de amor y de trabajo
Que son un acto solo, la cifra de una vida
Perfecta al acabar, igual que el sol a veces
Demora su esplendor cercano del ocaso.

Y cuánto había amado, había vivido,
Había pintado cuando pintó ese cuerpo:
Cerca de los cien años prodigiosos;
Mas su fervor humano, agradecido al mundo,
Inocente aún era en él, como en el mozo
Destinado a ser hombre sólo y para siempre.

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