miércoles, 25 de julio de 2018

Los frutos

Con Guadalupe, compañera de departamento y no hace tanto brillante alumna de la primera promoción del Grado de Filología Hispánica en el curso 2012-2013, he podido ver esta mañana la lista de «aspirantes seleccionados provisionales» en las recientes oposiciones de Enseñanza Secundaria en Lengua y Literatura, es decir, de futuros profesores de esta materia en institutos extremeños. Da mucha alegría encontrarse con tantos nombres conocidos. Me emociona. A medida que pasan los años yo creo que —casi como una manera de resistirme al paso del tiempo, de mi tiempo— voy estrechando más la relación con mis alumnas y mis más escasos alumnos, y sé mucho de todos. Es un conocimiento humano al que sumo mi condición de profesor, la principal en estos casos, que es la que lo propicia todo después de más de treinta años de profesión. Así que es un orgullo ver en la lista a Juana, a Carmen, a Rui, a Reyes, a Jorge, a Óscar, a Sandra, a Antonio, a Ana, a Enrique, a Ana Belén, a María Jesús, a Ana M., a Ismael..., a tantos antiguos alumnos formados en mi Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres y que dentro de nada comenzarán a formar a estudiantes de Secundaria y Bachillerato que podrán seguir nutriendo estas aulas en las que aún algunos seguimos disfrutando de este trabajo gustoso. Y los que llegarán, en futuras convocatorias de sustituciones, interinidades y oposiciones. Qué ganas. Porque ojalá algún día la consejería del ramo incluya la vocación y las ganas como materia evaluable, como mérito baremable. ¿Cómo? —me dirán. Es fácil; esas cosas se saben. Eso se nota cuando el profesor no es solo el portavoz de una autoridad o un conocimiento o una aptitud que sale de la tarima. No. Como dijo el otro: esas cosas se saben. Esta misma tarde me escribía uno de mis alumnos mencionados: «Uno se debe siempre a quienes le hicieron, así que, felicidades a todos y gracias por lo que en su día me llevé y todavía me acompaña». Felicidades. Un trabajo gustoso.