miércoles, 29 de abril de 2009

El tragaluz

Hoy ha traído Alicia a clase una grabación de El tragaluz de Buero Vallejo, con el que estamos estos días. Se trata de aquella versión para televisión que hizo la directora Mercè Vilaret, creo que en 1982, interpretada por Emilio Gutiérrez Caba, Carlos Velat, Maife Gil, Felipe Peña, Concha Bardem, Muntsa Alcañiz, Pep Sais, Alfonso Zambrano. Todos mis esfuerzos para reproducir en mi explicación en clase el montaje de José Osuna en 1967 se han venido abajo al mostrar estas imágenes —y un sonido muy malo—, que, sin embargo, creo que han sido expresivas hoy de la idea de la obra.
Me empeño todo lo posible en exponer la sabiduría teatral de un autor como Buero Vallejo en una España como la de los años sesenta. Ojalá se capte. Parece que sí, por la actitud de los estudiantes en clase hoy. Espero que cunda.



En la fotografía, José María Rodero (Mario), Francisco Pierrá (El Padre) y Jesús Puente (Vicente). El tragaluz se estrenó en el Teatro Bellas Artes (Madrid) el 7 de octubre de 1967. Dirección de José Osuna.

jueves, 16 de abril de 2009

Luis Cernuda, Luis de Baviera y 'Lohengrin'

Sólo dos tonos rompen la penumbra:
Destellar de algún oro y estidencia granate.
Al fondo luce la caverna mágica
Donde unas criaturas, ¿de qué naturaleza?, pasan
Melodiosas, manando de sus voces música
Que, con fuente escondida, lenta fluye
O, crespa luego, su caudal agita
Estremeciendo el aire fulvo de la cueva
Y con iris perlado riela en notas.

"Luis de Baviera escucha Lohengrin", de Desolación de la Quimera (1962)

Nota bene: suena la música de fondo que me habría gustado escuchar esta mañana leyendo los versos de este poema. Es fácil. Otro día.

viernes, 10 de abril de 2009

Viernes Santo


© Manuscrito de La Regenta, con ilustraciones del autor. Archivo Tolivar Alas. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
Nota bene: Hemos comentado en clase este comienzo de la novela que ahora podéis ver tal y como fue escrito.

“También Ana miró al cielo muy de mañana, y sin poder remediarlo pensó ¡si lloviera! Lo deseaba y le remordía la conciencia de este deseo. Estaba asustada de su propia obra. «Yo soy una loca -pensaba- tomo resoluciones extremas en los momentos de la exaltación y después tengo que cumplirlas cuando el ánimo decaído, casi inerte, no tiene fuerza para querer». Recordaba que de rodillas ante el Magistral le había ofrecido aquel sacrificio, aquella prueba pública y solemne de su adhesión a él, al perseguido, al calumniado. Se le había ocurrido aquella tremenda traza de mortificación propia en la novena de los Dolores, oyendo el Stabat Mater de Rossini, figurándose con calenturienta fantasía la escena del Calvario, viendo a María a los pies de su hijo, dum pendebat filius, como decía la letra. Había recordado, como por inspiración, que ella había visto en Zaragoza a una mujer vestida de Nazareno, caminar descalza detrás de la urna de cristal que encerraba la imagen supina del Señor, y sin pensarlo más, había resuelto, se había jurado a sí misma caminar así, a la vista del pueblo entero, por todas las calles de Vetusta detrás de Jesús muerto, cerca de aquel Magistral que padecía también muerte de cruz, calumniado, despreciado por todos... y hasta por ella misma... Y ya no había remedio, don Fermín, después de una oposición no muy obstinada, había accedido y aceptaba la prueba de fidelidad espiritual de Ana; doña Petronila, a quien ya no miraba como tercera repugnante de aventuras sacrílegas, se había ofrecido a preparar el traje y todos los pormenores del sacrificio... «¡Y ahora, cuando era llegado el día, cuando se acercaba la hora, se le ocurría a ella dudar, temer, desear que se abrieran las cataratas del cielo y se inundara el mundo para evitar el trance de la procesión!».

Ana pensaba también en su Quintanar. Todo aquello era por él, cierto; era preciso agarrarse a la piedad para conservar el honor, pero ¿no había otra manera de ser piadosa? ¿No había sido un arrebato de locura aquella promesa? ¿No iba a estar en ridículo aquel marido que tenía que ver a su esposa descalza, vestida de morado, pisando el lodo de todas las calles de la Encimada, dándose en espectáculo a la malicia, a la envidia, a todos los pecados capitales, que contemplarían desde aceras y balcones aquel cuadro vivo que ella iba a representar? Buscaba Ana el fuego del entusiasmo, el frenesí de la abnegación que hacía ocho días, en la iglesia, oyendo música, le habían sugerido aquel proyecto; pero el entusiasmo, el frenesí, no volvían; ni la fe siquiera la acompañaba. El miedo a los ojos de Vetusta, a la malicia boquiabierta, la dominaba por completo; ya no creía, ni dejaba de creer; no pensaba ni en Dios, ni en Cristo, ni en María, ni siquiera en la eficacia de su sacrificio para restaurar la fama del Magistral: no pensaba más que en el escándalo de aquella exhibición. «Sí, escándalo era; la mujer de su casa, la esposa honesta, protestaba dentro de Ana contra el espectáculo próximo... No, no estaba segura de que su abnegación fuese buena siquiera; acaso era una desfachatez; la paz de su casa, el recato del hogar, lo decían con silencio solemne...» y Ana sudaba de congoja... «¡Lo que había prometido!».

No llovió. El toldo gris del cielo continuó echado sobre el pueblo todo el día. Una hora antes de obscurecer salió la procesión del Entierro de la iglesia de San Isidro.”

(La Regenta, capítulo XXVI)

lunes, 6 de abril de 2009

Para 'El cuarto de atrás'

Como tenemos programada esta espléndida lectura para el final del curso, dejo aquí este enlace al comentario de un sabio y buen profesor de literatura, y escritor de libros de poemas que ojalá algún día caigan en vuestras manos. Es Santos Domínguez quien os habla de la lectura de Carmen Martín Gaite.

miércoles, 1 de abril de 2009

Emilia Pardo Bazán y su Fray Luis



En el capítulo XXII de La madre Naturaleza, Gabriel Pardo, que no puede conciliar el sueño, toma un ejemplar de esta edición del Cantar de los Cantares, con la traducción, claro, y los comentarios de Fray Luis de León.
"Al lado de la portada se veía, en un grabado en madera, la faz pensativa y melancólica, la espaciosa y abovedada frente del Maestro León; debajo un emblema, un árbol con el hacha al pie y la leyenda siguiente: ab ipso ferro. La polilla se había ensañado en el volumen, recortando caprichosos calados al través de las hojas."
El relato del instante gozoso de disfrute con la lectura es impagable, y capital en importancia su significación para el sentido de esta espléndida novela de la Pardo Bazán.