martes, 17 de abril de 2018

Vicente Cervera en Letras


Ayer, al terminar una reunión, me despedí de unos colegas diciéndoles que iba a una conferencia a formarme. Era la de Vicente Cervera Salinas, catedrático de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Murcia. Fue en el aula 27, en la que mi compañero Ignacio Úzquiza da sus clases —de 13:00 a 15:00— de Fundamentos de la Literatura Hispanoamericana en el primer curso del grado de Filología Hispánica. Dije «formarme» y me formé. Vicente Cervera dio ayer una clase magistral sobre Jorge Luis Borges que vino a ser una de las más ilustrativas introducciones —e incitaciones a su lectura, en la medida correcta de quien se dirige a estudiantes que no saben, o no manifiestan saber, en qué siglo escribió ese escritor argentino— que yo he conocido sobre la trayectoria literaria del autor de El hacedor, libro al que Cervera aludió en varios momentos de su intervención. Faltaron los textos. Qué bien habría estado mostrar —y tenemos medios en el aula—, qué sé yo, el «Poema de los dones» —cuyos primeros versos Vicente Cervera recitó de memoria—: «Nadie rebaje a lágrima o reproche / Esta declaración de la maestría / De Dios, que con magnífica ironía / Me dio a la vez los libros y la noche.», o algunas de las pocas porciones de «El inmortal», de El Aleph. O la dedicatoria imposible de El hacedor a Leopoldo Lugones, que fue como un resumen de la charla de un Vicente Cervera que acabó leyendo, también de memoria, el soneto «Everness», de El otro, el mismo, para hablar de la memoria; y un poema propio, de un libro, El alma oblicua (Verbum, 2003). Le dije al final de su charla que mi primera conferencia como profesor, hace ya más de treinta años, fue sobre la poesía de Borges, a la que él dedicó su tesis, que defendió en 1989; que compré poco después de su publicación Los conjurados (1985), el último libro del maestro; y ahora le diría que en las primeras páginas de mi ejemplar de ese poemario acabo de encontrarme un recorte abarquillado —por el color— de El País, de 30 de abril del año de su muerte —1986— titulado «Del cielo y del infierno», a cuyo sentido Vicente Cervera aludió ayer en varios momentos de su clase. Una clase sencilla y magistral.

miércoles, 11 de abril de 2018

Javier Cercas con asterisco


Mañana será la última de las dos sesiones de dos horas que voy a dedicar este curso a Soldados de Salamina, de Javier Cercas, y la primera vez que lo haga a partir de una edición anotada, muy rigurosa, muy bien hecha, y muy reciente —hasta noviembre de 2017 no me llegó mi ejemplar— que ha publicado Ediciones Cátedra en su colección Letras Hispánicas: Javier Cercas, Soldados de Salamina. Edición de Domingo Ródenas de Moya. Madrid, Ediciones Cátedra (Col. «Letras Hispánicas», 790), 2017). No hace tanto que programé por primera vez esta excepcional novela —dice Domingo Ródenas que dijo «en 2010 el premio Nobel japonés Kenzaburo Oé que Soldados de Salamina le pareció "una obra maestra" y no seré yo quien le contradiga» (pág. 172)— en mis clases de cuarto de Filología Hispánica, y ha sido una satisfacción en estos años incorporar novedades editoriales sobre el texto que nos ocupa. En el curso pasado fue la «edición escolar» con prólogo de Ángel Esteban y material didáctico de Yannelys Aparicio y Ángel Esteban (Madrid, Debolsillo, 2016), y ahora este espléndido estudio que rodea a un texto que se convirtió en un fenómeno editorial. Una edición como la que ha elaborado Domingo Ródenas de Moya es más que un estudio. Lo es, pero quintaesenciado, reduplicado. La introducción tiene más de ciento cincuenta páginas, y pocas veces tiene tanta justificación tal prolijidad, que aborda la novela como fenómeno de sociología literaria; a su autor, antes y después de Soldados de Salamina; que analiza su concepto de novela —otra vez el punto ciego—; que recorre el texto y su ficción y su realidad; que se detiene en las articulaciones del discurso narrativo —el contrapunto cómico del personaje de Conchi, el relato real, la figura del padre...— y en el tema del heroísmo; que, en fin, interpreta con justeza la obra y responde a muchas de sus miopes e injustas lecturas. Tanto esta introducción como la bibliografía están actualizadas hasta —supongo— no mucho antes de la aparición de la edición, pues se tiene en cuenta la última novela de Cercas, El monarca de las sombras, que tuvo fecha de febrero de 2017. Soldados de Salamina se anota con más de cien notas al pie, muy esclarecedoras, y se culmina con la relación de variantes entre la primera edición y la versión que estableció Cercas en 2015, y con unos apéndices con el epílogo a esa edición, aquel artículo determinante de Vargas Llosa en septiembre de 2001 que aceleró el éxito, y unos textos de Eugenio Montes, Jorge Luis Borges y Thomas Hardy que vienen al pelo para leer a ese Cercas. Ese Cercas que parece un nombre en plural. Más bien dual, lo que justifica la tercera nota de la introducción de esta gran edición: «Como marca de discriminación entre el Javier Cercas real (el autor) y el Javier Cercas ficticio (el narrador), distinguiré a este segundo con un asterisco (*)». Eso sí, yo habría añadido a lo de narrador un matiz: «el personaje».

lunes, 2 de abril de 2018

La detonación


Nunca había programado en clase esta obra de Buero Vallejo, que fue la primera que estrenó muerto el dictador y después de la restauración de unas elecciones libres en junio de 1977, desde las últimas, en febrero de 1936. La mayor parte de mis alumnas —y J.M y C.— la leerán por la edición recomendada, la de Virtudes Serrano (Antonio Buero Vallejo, La detonación. Edición de Virtudes Serrano. Madrid, Ediciones Cátedra, Col. Letras Hispánicas, 636, 2009), que concluye su introducción con palabras que haré mías el primer día que explique la obra en clase: «La detonación sigue siendo una obra imprescindible dentro del teatro español desde la segunda mitad del siglo XX. La doble lectura histórica que propone no ha perdido actualidad más de treinta años después de su estreno, sino que ha ampliado su significado por recuperar para el lector más joven la memoria de un pasado próximo, hoy para muchos ajeno» (pág. 64). Ojalá pueda confirmar esa vigencia de este «drama subjetivo» —como lo denominó Luis Iglesias Feijoo en su clarividente y documentado estudio sobre el teatro de Buero, La trayectoria dramática de Antonio Buero Vallejo (1982)—; porque para mí es eso, más un drama subjetivo que un drama histórico en el que el autor supo manejar muy bien la ambientación en una época y unos personajes tan significativos. Crea la atmósfera histórica para sugerir algo importante e idéntico a la teatralidad que interpela al público contemporáneo. Me he detenido esta tarde en el momento de la segunda parte de la obra en el que Buero hace que los personajes de Espronceda y Larra, muy críticos con la desamortización —«Una farsa indignante», dice Fígaro— visiten a Mendizábal para comunicarle sus reparos. El ministro dice que «La plebe es ignorante. Darle hoy el voto sería el caos. Y todos hemos visto lo que sucede entonces. Asesinatos, motines...». A lo que Larra devuelve: «El poder también asesina»; y poco después, el escritor Buero hace decir al escritor Larra, dirigiéndose a Mendizábal, que «Usted ha sido un político desterrado por servir a la libertad, pero no nos ha dado libertad. Usted ha defendido la causa popular en sus discursos, pero es usted un millonario opulento, y su desamortización es otra hábil jugada de bolsa a favor de los ricos, no de los braceros. En resumen: usted inaugura otra sustanciosa etapa de privilegios. Y nosotros, aunque nos multe o nos encarcele, lo diremos.» A lo que Espronceda, escribe Buero, añade: «Hago mías las palabras de Larra. Y agrego que acaso nadie haya querido ayudarle mejor que nosotros». En la obra también sale Calatrava, un paisano extremeño querido, que era Presidente del Consejo de Ministros cuando Larra se pegó el tiro. En fin, qué delicia preparar clases así. Y, por cierto, la imagen de arriba es como esas que leemos en la prensa diaria, cuando dicen que la infografía es de «elaboración propia». Sí, la mía también, a partir de las ilustraciones de una crítica de Carlos Seco Serrano, el gran especialista en el escritor romántico, publicada en ABC en diciembre de 1977, en la que se notó más al especialista en Larra que al espectador de teatro. Hace cuarenta años.